“En general, los periodistas se dividen en dos grandes categorías…”

Ramiro Aguilar Torres

Posgrado Especialidad de Criminología, Doctor en Jurisprudencia y Licenciado en Ciencias Jurídicas. Ha sido docente de prestigiosas universidades, político y profesional del derecho. Asambleísta de la República del Ecuador periodo 2013 – 2017 y fue candidato a la Vicepresidencia de la República en las últimas presidenciables. Actualmente, se lo considera como uno de los principales actores de opinión pública, ya que se caracteriza por su objetividad, madurez política e imparcialidad, priorizando siempre el estado de derecho y al país sobre todas las cosas.

Ryszard Kapuściński decía: “En general, los periodistas se dividen en dos grandes categorías. La categoría de los siervos de la gleba y la categoría de los directores. Estos últimos son nuestros patronos, los que dictan las reglas, son los reyes, deciden. Yo nunca he sido director, pero sé que hoy no es necesario ser periodista para estar al frente de los medios de comunicación. En efecto, la mayoría de los directores y de los presidentes de las grandes cabeceras y de los grandes grupos de comunicación no son, en modo alguno, periodistas. Son grandes ejecutivos.

La situación empezó a cambiar en el momento en que el mundo comprendió, no hace mucho tiempo, que la información es un gran negocio.

Antaño, a principios de siglo, la información tenía dos caras. Podía centrarse en la búsqueda de la verdad, en la individuación de lo que sucedía realmente, y en informar a la gente de ello, intentando orientar a la opinión pública. Para la información, la verdad era la cualidad principal.

El segundo modo de concebir la información era tratarla como un instrumento de lucha política. Los periódicos, las radios, la televisión en sus inicios, eran instrumentos de diversos partidos y fuerzas políticas en lucha por sus propios intereses. Así, por ejemplo, en el siglo XIX, en Francia, Alemania o Italia, cada partido y cada institución relevante tenía su propia prensa. La información, para esa prensa, no era la búsqueda de la verdad, sino ganar espacio y vencer al enemigo particular”.

Esta cita pone sobre la mesa tres temas:  Que la información es un negocio. Que la información es una herramienta de lucha política; y que, solamente en un plano mayor, la información se centra en la búsqueda de la verdad.

Un negocio puede buscar la verdad; sin duda; pero un negocio con orientación política, jamás.

Carl  von Clausewitz acuñó una frase que se ha vuelto un lugar común: la política es la prolongación de la guerra por otros medios; y al político norteamericano  Hiram Johnson, se le atribuye haber dicho:  la primera víctima de la guerra es la verdad.

Las guerras políticas son comunicacionales. Sus armas suelen ser empapelamiento y condena pública.

Esto es viejo como nuestra hispanidad.  Pilar López Bejarano, en su artículo “Empapelar” al enemigo. El recurso a los procesos judiciales como estrategia de la acción política (Nueva Granada entre Colonia y República), dice: “…más allá de las articulaciones interpersonales y puntuales, el acontecer reticular en el que estas personas interactuaban encuentra otras resonancias que afirman el estrecho vínculo entre las tensiones políticas y el uso de ciertos recursos a la justicia como estrategia política.(…) Una mirada a los archivos judiciales coloniales nos muestra hasta qué punto el ámbito judicial representaba un espacio habitual de cristalización de confrontaciones de diversas índoles. Recordemos que en los territorios de la América Ibérica se había instalado y desarrollado desde el siglo XVI una dinámica social completamente impregnada de relaciones jurídicas –con sus respectivos tribunales de justicia y jueces asignados – que incidía en todos los ámbitos de la vida social. En ese sentido, el recurso a la justicia representaba un camino accesible y eficaz frente a cualquier negociación y resolución de conflictos. En su labor, los jueces estaban obligados a acoger estas querellas y abrir sumarios, por lo que la estructura del funcionamiento de la justicia no solo permitía la práctica del “empapelamiento”, sino que en cierta medida lo promovía”.

La lógica del enfrentamiento político es la siguiente: 1. Hacer “pública” una información no contrastada para manchar la reputación, la honra y la credibilidad de un enemigo político. 2. Judicializar inmediatamente esa “información de conocimiento público”. 3. Lograr la prisión preventiva del enemigo y neutralizarlo.

La lógica de la justica es muy diferente: 1. Recibir una denuncia formal e identificar al denunciante. 2. Hacer una investigación y buscar las pruebas que demuestren la veracidad de los hechos denunciados. 3. Con las pruebas obtenidas, formular cargos y lograr la condena del procesado.

Cuando un país confunde la lógica del enfrentamiento político con la lógica del empapelamiento, sacrifica la justicia y crea el escenario perfecto para la impunidad. Esta última es vector de la corrupción.

Cuanto más impune es un país, más expuesto se encuentra a la corrupción; esto produce sentimientos de ansiedad y desconsuelo colectivo. Ante esto, la sociedad  busca instintivamente certezas y absolutos morales. Esa especie de consuelo absolutista que suelen ofrecer los fundamentalismos de extrema derecha e izquierda.

Lo que sucede en Ecuador y en el resto de países de Latinoamérica que salen de una década de populismo de izquierda es, precisamente,  “empapelamiento”; conflicto comunicacional; y, apresuramiento judicial.

La prueba de la corrupción es el dinero robado. Si la justicia no localiza y recupera los fondos ilícitos e impone largas condenas a los corruptos, los políticos corruptos cumplirán condenas bajas, saldrán políticamente victimizados; y, en la opulencia.

El problema supera lo meramente fáctico. Las consecuencias emocionales en los segmentos sociales más pobres pueden generar espirales de violencia y enfrentamiento con otros segmentos vistos como beneficiarios de la corrupción e impunidad.

La triada: Política, Comunicación y Derecho puede ser el remedio para una democracia enferma o su veneno. Todo depende de sus proporciones.

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