Existe evidencia suficiente para creer que el futuro a nivel global no tiene buen rumbo. Por un lado, el emergente poder de China no solo debe pensarse como el posicionamiento de un bloque económico consolidado, sino cómo el surgimiento de una potencia cuya percepción de los derechos humanos, y valores como la libertad, están matizados por el totalitarismo de su gobierno. Por otro lado, el escenario económico, en el que las naciones del mundo enfrentaran las consecuencias del covid-19, se caracteriza esencialmente por la presencia de desigualdad y pobreza en una magnitud que apenas estamos empezando a conocer.

Frente a estas circunstancias, la postura de América Latina presenta escenarios mixtos en donde la percepción de nuevas realidades no deja de estar matizada por discursos de carácter ideológico propios del siglo anterior. Por ejemplo, en Ecuador, el debate de izquierda o derecha parece no tener fin, y es increíble la relevancia que tiene en los análisis políticos que van desde la academia, hasta diálogos informales que se centran entender este tema. Las características de cada tendencia se utilizan no solo para entender las convicciones políticas que alguien posee, sino qué tipo de actitud han venido adoptando en un contexto marcado por diferentes dificultades propias del entorno latinoamericano que afectan más a unos que a otros.

Dentro de este debate existe una característica clara, las tendencias del centro político destacan por su ausencia. Dicha circunstancia posee dos aspectos que la definen: por un lado, las posturas más relacionadas al centro suelen ser más populares en la academia, en donde los matices grises de una definición suelen ser más usuales. Por otro lado, fuera del debate académico, las tendencias del centro se destacan por su ambigüedad, o cierta postura tibia, frente a una realidad innegable que causa sentimientos encontrados, o sea la falta de equidad a nivel social y de institucionalidad a nivel de estado.

Considerando estos factores, el tema de la socialdemocracia se presenta como una postura que difícilmente puede hacer eco dentro del escenario polarizado ecuatoriano, a pesar de que defiende la consolidación de dos dimensiones que en el país todavía se mantienen al nivel de aspiración: la lucha por condiciones donde exista mayor igualdad, y la consolidación de un entorno democrático que garantice el reconocimiento de derechos inamovibles a sus ciudadanos. En Alemania durante la década de los 50s el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) entendió que el capitalismo, y en cierta medida la globalización, eran realidades innegables dentro de la realidad nacional donde se enmarcaría el partido. Fuera de defender una postura radical que promulgue soluciones obsoletas para la población a la que representaban, sus esfuerzos se centraron en actualizar la lucha de la desigualdad sin promulgar ninguna dictadura, ni siquiera la del proletariado.

Dicha postura, y dicha discusión, mantiene una ausencia preocupante dentro de los gestores y actores políticos de las izquierdas ecuatorianas actuales, quienes lastimosamente no terminan de salir de la guerra fría, sin percatarse de los peligros totalitarios que amenazan nuestro presente desde otras partes del mundo. La democracia, cuya consolidación aún es un desafío en América Latina, es un valor que presenta una creciente debilidad a nivel global por el inminente desarrollo de otras formas de gobierno que, sin dejar de producir capital, contemplan a la libertad y a los derechos humanos bajo una óptica alternativa por no decirlo, atroz.

Por otro lado, la ya cotidiana pandemia de la Covid-19, ha puesto en realce el macabro resultado de las prioridades de gobernabilidad de ciertos hacedores de políticas públicas. La pandemia ha destacado la enorme urgencia de que los estados a nivel mundial piensen en el bienestar de sus ciudadanos, al percatarse que en escenarios de crisis sanitarias las separaciones de clases sociales no son suficientes para mantener a salvo a ciertos sectores dentro de su privilegio. Así mismo, el impacto de esta enfermedad muestra una dimensión clara y explicita sobre lo que significa una gobernabilidad más consciente en términos del “delivering policy” o hacer llegar a la gente la implementación de una política. Considerando esto, se destaca el atroz y triste resultado del “modelo exitoso” en la ciudad de Guayaquil, en donde el precio de pensar la desigualdad como un problema que se solucionaba con maquillaje urbano les pasó una factura con muertes de sus ciudadanos.

En medio de un contexto global y nacional donde la democracia se piensa como un valor accesorio, y existe una creciente crisis económica como producto de la pandemia, la cual agravará la situación de desigualdad en el país valdría, la pena analizar los temas de mayor relevancia que los actores políticos ecuatorianos están pensando el escenario actual. En dicha circunstancia, los militantes de izquierda, cuya bandera se centra en poder combatir la pobreza están centrados en radicalizar un discurso mariateguista, o en proponer como bandera de batalla el discurso gastado de una supuesta lucha contra el neoliberalismo, mientras ofrecen como alternativa económica a las visiones del norte, una completa sumisión a China, todo en pos, según ellos, de proteger la soberanía del país.

Estos discursos, si bien obsoletos, tienen un motivo muy claro por el cual siguen subsistiendo. El gobierno de Moreno es la viva coexistencia de los lastres ideológicos vigentes en la realidad nacional. Esta administración se destaca por ser la heredera de una deuda fiscal, que no deja de crecer al mantener un estado que fuera de operar por una lógica de administración, lo hace para sustentar cuotas políticas que no terminan de poderse eliminar. Al mismo tiempo, la administración de Moreno se destaca por ser completamente condescendiente con capitales privados, quienes, al ver la falta de firmeza por parte del Estado, han decidido defender sus privilegios a capa y espada, en un contexto donde la mayor parte de ecuatorianos se pregunta cómo sobrevivir día tras día.

Bajo estas circunstancias, una propuesta política enmarcada en generar políticas de reactivación económica que mitiguen de alguna forma sustentable el crecimiento de la pobreza en los años venideros es urgente. Sin embargo, dicha propuesta no puede,  enmarcarse en los errores de la última década en la cual un proyecto político implementaba políticas sociales a cambio de una especie de domesticación dogmática de la ciudadanía, quienes no veían los peligros de las pérdidas de sus libertades individuales, en una situación de mayor inclusión dada por un incremento de su poder adquisitivo. El diálogo entre sectores opuestos será el componente primordial, a partir de los cuales la subsistencia y recuperación del país podrán desenvolverse. La alternativa a dicho escenario es continuar un régimen que incremente los matices de la desigualdad, fomentando y esparciendo ideologías más radicales que a su vez sean un componente de una inestabilidad desmesurada a nivel social.

En este contexto, valdría la pena pensar, ¿dónde se encuentran las posturas del centro? ¿Es posible pensar un proyecto político que combata la desigualdad, sin comprometer las garantías democráticas de la ciudadanía? ¿Existe un espacio de legitimidad electoral que vaya más allá de la radicalización de posturas que simplifican la realidad actual? ¿Es posible la actualización de una discusión política más pegada a la realidad que vivimos, que a ideales ajenos a nuestro presente? ¿Dónde está la socialdemocracia en Ecuador?

 

Daniel Cuty es antropólogo social por la Universidad de Manchester, tuvo un máster en filosofía en la Universidad de Oxford, y actualmente está realizando una maestría en política comparada en FLACSO-Ecuador. Ha sido docente universitario en temas de epistemología y ha trabajo en investigación aplicada en temas de políticas públicas.

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