Por Dolores Padierna Luna, primera vicepresidenta de la Cámara de Diputados de México.

Por Dolores Padierna Luna, primera vicepresidenta de la Cámara de Diputados de México.

“Finalmente México está dando una buena noticia para todo el continente”, dijo, la víspera de la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como presidente de mi país, el notable sociólogo Boaventura de Sousa Santos, en un mensaje en el que expresó su solidaridad con el gobierno que comenzaba.

Amigo de Rafael Correa y de Lula, Boaventura de Sousa conoce como pocos los entretelones –las dificultades, las reflexiones– de los gobiernos progresistas latinoamericanos, con todo y las dolorosas derrotas electorales de los últimos años.

El nuevo escenario latinoamericano, marcado tanto por el histórico triunfo en México como por la peligrosa derrota en Brasil nos obliga a retomar la reflexión de Boaventura de Sousa en su texto “¿Reinventar las izquierdas?”: “Cuando están en el poder, las izquierdas no tienen tiempo para reflexionar sobre las transformaciones que ocurren en la sociedad y, cuando lo hacen, es como reacción a cualquier acontecimiento que perturbe el ejercicio del poder.

La respuesta siempre es defensiva. Cuando no están en el poder, se dividen internamente para definir quién será el líder en las próximas elecciones, de modo que las reflexiones y los análisis están relacionados con este objetivo… Esta indisponibilidad para la reflexión, que siempre ha sido perniciosa, hoy es suicida”.

El sociólogo portugués expone que, en contraste, la derecha dispone de un enorme aparato que le proporciona cotidianamente datos e interpretaciones, en tanto que la izquierda no se abre al debate y, cuando eso sucede, es siempre en el marco de la lucha de facciones.

Y no es que nos falte materia para la reflexión, sobre todo ahora que en Brasil ha triunfado un proyecto abiertamente neofascista –que rápidamente se alineó, por supuesto, con Donald Trump–, que continúa la embestida contra los movimientos sociales y populares, y que se perfila lo que algunos llaman ya una segunda oleada (no han triunfado a escala nacional, pero es notable la irrupción de nuevas fuerzas políticas en Colombia y Chile, si damos por descontada la victoria de Morena en México).

Las alternativas enunciadas tienen en común que surgen en países con décadas de gobiernos neoliberales inscritos en la Alianza del Pacífico y que reivindican la soberanía de sus naciones y un piso básico de derechos sociales.

El discurso dominante –en el caso de México, 36 años– “normalizó” la desigualdad, el empobrecimiento paulatino de grandes capas de la población y la entrega de los recursos naturales a los capitales nacionales y extranjeros. Las alternativas que han conquistado el poder o están en la ruta de conseguirlo se proponen un cambio profundo que naturalmente ha de comenzar por atender demandas básicas de la población: educación, oportunidades para los jóvenes, salud, empleo y salario.

López Obrador -al igual que Gustavo Petro o los dirigentes chilenos del Frente Amplio- no es nuevo en la política. Lo nuevo son las formaciones políticas de los líderes mencionados. En el caso de México, Morena consiguió registro como partido apenas cuatro años antes de la proeza electoral que dio a López Obrador 30 millones de votos.

En su toma de posesión, el nuevo presidente mexicano hizo un resumen de la herencia que recibió: “La economía ha crecido en 2% anual y tanto por ello como por la concentración del tremendo ingreso en pocas manos se ha empobrecido a la población que ha tenido que migrar y hasta tomar el camino de las conductas antisociales. La política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país”.

Conocedor de la historia patria, político de plaza pública, López Obrador ha recorrido palmo a palmo el extenso territorio mexicano y ha propuesta una Cuarta Transformación, en alusión a las primeras tres (la Independencia, la Reforma liberal y la Revolución de 1910).

El 1 de diciembre dijo que si le pidieran expresar en una frase su plan de gobierno diría: “Acabar con la corrupción y la impunidad”.

En este tema, López Obrador le habla a México –país donde la corrupción alcanzó niveles atroces–, pero sus palabras resuenan en América Latina entera, donde, como ha dicho el pensador Noam Chomsky, hubo “falta de capacidad y liderazgo de la izquierda para evitar los niveles de corrupción endémica”.

Siguiendo a Chomsky, los gobiernos progresistas pusieron el acento en revertir la desastrosa situación social que heredaron del periodo neoliberal, con logros importantes como abandonar las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y combatir de manera exitosa la pobreza, pero fallaron en el combate decisivo a la corrupción.

El lingüista, hombre comprometido con las causas progresistas, ha señalado que esa debilidad, acompañada de la incapacidad para resistir la “tentación” de convertir a nuestros países en proveedores de materias primas que demanda China, ponen en riesgo los logros sociales conseguidos por los gobiernos progresistas.

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