
Democracia: ¿Un espejismo de tiempos helénicos?
- 29/04/2020
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Por: Hugo Ortiz P.
Hoy más que nunca, los políticos se han convertido en actores recurrentes en nuestro diario vivir. Mientras muchos de nosotros nos encontramos confinados en cuatro paredes, la radio, la televisión o el mundo de las redes sociales, transmiten cientos de comunicados sobre las medidas que se han tomado para mitigar la pandemia causada por el Covid-19.
En el Ecuador, un país bastante complejo a nivel socio-económico, con altos índices de informalidad, y con una economía dependiente del petróleo así como de la exportación de bienes primarios, los ciudadanos sufrimos el duro embate de la pandemia en nuestro sistema de salud al igual que en nuestros bolsillos, mientras tanto, nos remangamos la camisa, y desatamos toda nuestra furia en contra los políticos de turno, quienes, en muchos de los casos, no llegan a cubrir una cuota real de representación, pasando desapercibidos y ocultos para el común de los individuos.
En efecto, en algún momento votamos por ellos, y tal vez ni siquiera regresamos a ver su nombre o su rostro en la papeleta. Posiblemente votamos en plancha por algún partido político o por uno que otro líder carismático. Y es comprensible, pues la mayoría de nosotros vivimos sumergidos en la sociedad del rendimiento y del cansancio, que tiene como fin el consumo de todo lo inmediato, de lo instantáneo, y claro, la política no se presenta como parte importante de este rubro, ya que la toma de decisiones electorales requiere de un interés constante y de una amplia información sobre los candidatos y sus planes de gobierno, condicionalidades evidentemente escasas en los últimos comicios electorales.
Pero esto no siempre fue así, pues la democracia de antaño se encontraba bastante conexa al interés popular, los ciudadanos opinaban y participaban activamente en temas políticos, e inclusive eran seleccionados para ejercer magistraturas. La democracia, tal cual fue concebida en la Grecia antigua, distaba mucho de los gobiernos representativos actuales. Esto porque las elecciones por votación no eran una parte medular en el acceso a los cargos públicos, el sufragio ni siquiera existía dentro del proceso de selección, sino que la norma común era el sorteo y la rotación de individuos voluntariosos
Es así que la mayor parte de funciones del gobierno eran asignadas a individuos seleccionados al azar. Si bien es cierto, no todos los cargos gubernamentales eran cubiertos por sorteo, si una gran mayoría de ellos, alrededor de 600 de las 700 magistraturas eran sorteadas entre los ciudadanos atenienses. Esto no quiere decir que existían grandes concurrencias de gentes a la espera de un cargo público, pues cada magistrado rendía cuentas de sus acciones en el ejercicio del poder, por lo tanto, el postulante sabía que su actuar sería juzgado y, de ser necesario castigado.
En principio, la democracia no trató de que el gobierno fuera de todos, sino más bien que todos pudiesen participar en la vida política del Gobierno, y que todos, o una gran mayoría, pudiesen alternarse entre gobernantes y gobernados. Así, el ciudadano ateniense, resaltaba por saber obedecer y saber mandar. Es más, lo que le otorgaba el derecho de gobernar a cualquier individuo en la “polis”, era haber estado en la posición contraria. Este principio último, denominado como de “rotación”, era uno de los pilares fundamentales de la democracia ateniense, y de ahí el gran interés de los atenienses por la política.
Se podría decir que fue con el advenimiento de los gobiernos representativos que la intensidad participativa disminuyó, pues cuando la representación relevó a la democracia, lo política quedó proscrita para los ciudadanos comunes, y se sitúo en aquellos “capaces” para gobernar. Es más, en muchos de los casos la representación fue caracterizada como “aristocracia electiva”, pues tenía mucho que ver con el gobierno de los “mejores” o de los “más aptos”, que por lo general eran aquellos que contaban con importantes capitales económicos o una elevada posición social.
Evidentemente, la representación surgió en oposición a la democracia, por considerar a esta última como el gobierno de los inexpertos o los menos preparados. Críticas como las de Platón o Aristóteles sentaron las bases para la construcción de los gobiernos representativos, al aseverar que la democracia dejaba los poderes decisivos en manos de los aficionados.
Claro está, que a los fundadores del gobierno representativo no les interesara mucho que las elecciones, o el proceso electoral, tuviese como consecuencia una distribución no igualitaria de los cargos en el gobierno, al contrario, contaban con que los representantes manifestaran cierto “principio de distinción”, es decir que se posicionaran como socialmente superiores a sus electores, en especial en cuanto a talento, riqueza y virtud.
Así, por ejemplo, en la Francia de 1789, los representantes debían contar con dos condicionalidades básicas: poseer tierras y pagar impuestos -equivalentes a 500 jornales- solo así podían ser elegidos para la Asamblea. A esta condicionalidad se la denominó “marc d´argent” y fue común en Francia en los primeros años de la Revolución.
En Estados Unidos también existió toda una corriente que avalaba la propiedad como requisito para postularse a alguna candidatura, sin embargo, esta tentativa quedó sin valor alguno, y no se la inscribió en la Constitución de 1787. Aun así, solo las clases pudientes podían acceder a un cargo político, efecto que fue observado por los anti-federalistas, denominándolo como “aristocracia natural”.
Por cierto, fue justamente la labor de los anti-federalistas la que reanimó el debate entorno a la democracia, pues fueron ellos quienes propusieron que el representante debía ser lo más parecido posible al representado, sobre todo porque la elección de las élites dejaba por fuera a grandes conglomerados sociales. Asimismo, debemos recordar que a gran parte de los electores les quedaba prohibido sufragar, como muestra, en Inglaterra solo las clases superiores podían votar, en Estados Unidos y Francia, los umbrales, aunque mas populares, favorecían el voto de las clases pudientes.
Con la llegada del siglo XX y XXI, y la expansión del derecho al voto que devendría en el sufragio universal, el requisito de la riqueza fue desapareciendo de las legislaciones de los países en le mundo, pero eso no quiere decir que dejó de existir como praxis. No obstante, las conquistas sociales emprendidas en los últimos siglos, dan cuenta de una intromisión de lo popular en el cerco aristocrático de la representación, lo que trajo consigo un relajamiento u ocultamiento de la vieja disputa entre representación y democracia, relegándola a los libros de historia o teoría política que muy pocos se dan el tiempo de leer.
A pesar de ello, las desventajas persisten, las contiendas electorales no son igualitarias, la distinción entre candidatos es notoria en cualquier proceso electoral, siempre existe aquel que resalta por sobre los demás, ya sea por su educación o por sus logros personales, sin contar de los medios o los capitales con los que cuente el candidato, y pueda invertir en la disputa por alcanzar un cargo político.
Es decir que la representación actual se mantiene como parte de una aristocracia electiva, que a diferencia de la “aristocracia natural” teorizada hace dos siglos atrás -basada en la riqueza y la virtud- intenta escenificar las expectativas populares, llegando a posicionarse como el mejor candidato aquel que garantice mejor las percepciones culturales de su población.
Ahora bien, en este contexto se podría decir que la representación moderna adoptó cierta ambivalencia que, sin dejar de ser un método de elección aristocrático, cuando la comparamos con sistemas de gobierno como las monarquías hereditarias, aparece ante nuestros ojos como un instrumento bastante democrático. Al mismo tiempo, con el acceso de nuevos estamentos, o clases sociales, a cargos políticos, así como con la apertura al sufragio universal, los gobiernos representativos adoptaron características netamente democráticas y participativas, como la intromisión de representantes provenientes de estamentos populares a diferentes cargos públicos.
Con todo, sería impensable mencionar que nuestros representantes son los más aptos o los más parecidos a sus votantes, pues los electores suelen mantener una voluntad política manufacturada a la hora del sufragio, y en muchos de los casos responden a estímulos y a emociones fabricadas por los medios de comunicación y las redes sociales, e inclusive influenciadas por su contexto socio-cultural.
Pese lo mencionado, no todo está perdido, seguramente en el mundo post-pandemia germinará un nuevo tipo de ciudadano, un poco más comprometido con los procesos sociales y tal vez más atento a los vaivenes de la política. De lo que puedo estar seguro, es que en el corto plazo la gran masa de votantes se alejará de los Donald Trump que recomienden lejía o detergente para combatir enfermedades virales, o de los Bolsonaro que califiquen de “gripecita” a una pandemia catastrófica.