
CONTROLANDO LA NARRATIVA
- 21/08/2020
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Por Carlos Arias
Aunque no se puede desestimar profundos fenómenos sistémicos y sociales que llevaron a la victoria de Bolsonaro en Brasil, se tiene que reconocer el fundamental impacto de la tecnología y la técnica en su victoria. Este fenómeno no fue exclusivo de Brasil, Trump o el Brexit, tampoco es algo que se vaya a quedar así.
Es necesario, sobre todo para aquellos que aspiran al poder y no cuentan con los mass-media a su lado, que se familiaricen con las actuales técnicas existentes y que, progresivamente, vayan incorporando en sus equipos elementos que les permitan contrarrestar el peso que la tecnología va adquiriendo. Esto, es de especial importancia para las tendencias que no tienen a su favor grandes capitales o la narrativa hegemónica dominante.
Y es que la crisis del coronavirus no solo afectará cómo se hace campaña, sino que ha acelerado fenómenos sociales que ya se consideraban “al alza”, a saber: 1) la pérdida de credibilidad de los medios tradicionales; 2) el aumento de usuarios totales de las tecnologías de la información y redes sociales; y, 3) el tiempo de permanencia en el entorno digital o de conexión de los usuarios. Aún si pasa la crisis sanitaria, la tendencia parece ser irreversible.
Esto plantea, como se mencionó, una serie de desafíos para las diferentes corrientes políticas. Aunque el poder se encuentra “en las calles” el eje de la política cada vez se desplaza más hacia fuera de los centros de gravitación tradicional hacia espacios más etéreos. También da lugar a una política diferente, más visual menos ideológica, en lo que algunos llaman democracia del espectáculo, líquida u ocular.
Sin embargo, esto no significa que la ideología sea irrelevante, que la política haya muerto o que la atención del público y los electores sea menos importante. Por el contrario, la capacidad de sintetizar una posición política de manera clara, masiva, efectiva y en formas que no parezcan politizadas, adquiere cada día más valor. Justamente romper el espectáculo y recuperar sentido y contenido es el desafío de los que aspiran a cambiar las situaciones dominantes en la política, lo social y la economía.
La participación de sociólogos y psicólogos sociales con un enfoque político, es cada vez más requerida para integrar los equipos de trabajo en campañas electorales. Sin embargo, profesionales o técnicos de otras disciplinas vinculadas al entorno digital se empiezan a valorar más. El asunto no es casual, plataformas como Twitter, Facebook, WhatsApp o Reddit son los espacios donde se hace mucha de la política.
Existe en esta nueva realidad un riesgo estratégico que a veces se ignora. El nuevo espacio público o de discusión política, no es neutro. Las plataformas mencionadas son intermediarios con dueños e intereses. No son neutrales y no pueden serlo: Personalidades políticas de peso como el actual presidente de Estados Unidos y el ex presidente del Ecuador, han sido censurados o limitados en sus interacciones digitales -sin mencionar millones de usuarios menos conocidos-. La pregunta que surge es ¿A medida que el peso político de las interacciones en redes sociales aumente, cómo se administrará el riesgo de censura y marginación?
Un nuevo paso en esta batalla es el desarrollo de tecnologías de inteligencia artificial (IA). En lo específico, se puede mencionar el caso de OpenAI, empresa líder de desarrollo de IA que ha anunciado la venta de su herramienta GPT-3 de cuyas capacidades se sabe poco, pero su fin constituye el interactuar con usuarios reales en redes y posicionar la narrativa deseada. Esta nueva herramienta es la punta de lanza de la nueva generación de armas para la disputa política y está, generacionalmente, muy lejos de las capacidades del sur tecnológico. La IA desarrollada para redes sociales no se asemeja en nada a los ‘bots’, tiene la capacidad de interactuar autónomamente y generar interacciones que -según sus creadores- resultan muy difíciles de diferenciar de usuarios orgánicos.
Aunque parezca un asunto de ciencia ficción, si se toma en cuenta el nivel de penetración de la tecnología -en especial en las nuevas generaciones- el riesgo es real para aquellas corrientes ajenas a los intereses de los poseedores de la tecnología. La propaganda ha sido siempre necesaria en la política y la guerra, ahora donde el campo de batalla está en las manos de casi todo el mundo -celulares- no se puede sino dar pelea.
En ese sentido existen dos dimensiones a tomar en cuenta, por un lado el trabajo a mediano plazo que implicará familiarizarse y desarrollar métodos para enfrentar la realidad en ciernes. Esto implica el desarollar capacidades de orden amplio como infraestructura y personal imbuido en una realidad siempre cambiante. Luego, el entender que el espectro político ya cambió, con lo que tomar en serio el papel de la política en el entorno digital y asumir medidas de corto plazo y emergentes.
Quizá la distancia tecnológica todavía sea grande en algunos ámbitos -justamente IA- pero los desarrollos de las redes sociales actuales pueden ser aprovechados de mejor manera por los sectores anti hegemónicos si es que se entiende y valora las capacidades que tienen. Debe dejarse atrás la –a veces- folclórica aproximación a la política de encargar a amigos o familiares le desarrollo de estrategias donde se juegan la vida y el destino de millones. En otras palabras, la profesionalización de la política de la mano de sujetos con capacidades técnicas y perspectiva ideológica será fundamental cuando la disputa de la narrativa ya no sea contra medios de comunicación únicamente, sino adversarios artificiales con capacidades humanas.
Carlos Arias tiene una maestría en Intervención Psicojurídica y Forense en la Universidad Diego Portales de Chile. Es experto en neuropolítica y se especializa en el desarrollo de perfiles, análisis de discurso y formulación de estrategia comunicacional. En la actualidad trabaja en el desarrollo de estrategias en el entorno digital.